Las runas, los vikingos, Wagner, son todas cosas de gran atractivo. También, hasta cierta edad, las armas, los uniformes, las insignias. Mentirá quien diga que nunca se ha sentido atraído por las gestas, la magia, la guerra. Ahora bien, el batiburrillo místico-político de Himmler y Rosenberg, tan sugestivamente contado en ese best-seller de hace décadas, El retorno de los brujos, es peligroso, muy peligroso. Cualquier visionario lo es. Incluso cualquier cegado por una ideología (Enrique Baltanás ha dejado recientemente unos excelentes aforismos al respecto).
Louis Ferdinand Céline revolucionó la prosa francesa. Ezra Pound, la poesía en lengua inglesa. Ambos fueron fascistas. Serrano rayó a mucha menor altura en lo literario y los superó sin embargo en su trastorno. En las próximas semanas la editorial Berenice publicará mi traducción del Experimento de autobiografía de H. G. Wells. En pocos lugares he visto tan bien expresado el problema del nazismo, como cuando en los años treinta del pasado siglo Wells escribe:
En aquellos tiempos tenía ideas sobre los arios extraordinariamente parecidas a las del señor Adolf Hitler. Cuanto más conozco acerca de él, más convencido estoy de que su mente es casi gemela de la que yo tenía en 1879 a los trece años, pero escuchada con un megáfono y puesta en práctica. No sé en qué libros adquirí mi primera noción acerca del Gran Pueblo Ario yendo de un lugar a otro por las grandes llanuras del centro de Europa, expandiéndose al este, al oeste, al norte y al sur, al tiempo que modificaba sus consonantes conforme la Ley de Grimm y desplazaba a las montañas a las razas inferiores. Pero esto formó un trasfondo pintoresco de los aburridos hechos de la Historia Antigua. Sus supremos triunfos por doquier les ajustan las cuentas a los judíos, pueblo contra el cual yo tenía una enemistad subconsciente, debido al desproporcionado protagonismo que tenía en las sagradas Escrituras. Pensaba que Abraham, Isaac, Moisés y David eran seres detestables y dignos colegas de Nuestro Padre, pero a diferencia de Hitler no albergaba ningún tipo de sentimientos hacia el judío contemporáneo. Un número considerable de los internos en la Academia de Morley eran judíos y yo no era consciente de ello. Mi mejor amigo, Sidney Bowkett, era, creo que sin él saberlo, judío; nunca surgió esa cuestión.
Es cuestión de madurez. Unas líneas más abajo escribe:
El hecho es que Adolf Hitler no es más que, hecha realidad, una de esas ensoñaciones de cuando yo tenía trece años. Toda una generación de alemanes no ha conseguido crecer.
Comentarios
Y vaya, sigo intrigada con el tema: Manuel Serrano, Cirlot, Celine, Pound, H.G.Wells... Habrá que ver ese experimento de autobiografía que nos das a probar.
Me gusta leer cosas distintas. Y éstos, distintos son (al menos para mi pobre conocimiento).
Saludos.
Un fuerte abrazo.
Pero algo hizo que los nazis lo llevaran a un extremo.
Un tema muy interesante Antonio. Un abrazo.