
La guerra, toda guerra, es un desastre sin paliativos. Pero no sé yo por qué hay que condenar en juicio sumarísimo los soldados de juguete, los tanques, los aeroplanos de las guerras mundiales, y recibir con los brazos abiertos a los engendros robóticos del Japón, a los monstruos tan violentos como horrendos con los que los niños canalizan su violencia innata como cachorros de la especie. Bajo muchos supuestos modelos de caballerosidad laten canallas, es cierto, pero los valores que los héroes tenidos por tales representan de disciplina, entrega, sacrificio, no son nada desdeñables. O al menos, estéticamente hermosos.
Hoy ya casi no se encuentran en las jugueterías (quiero decir, en la sección de bazar de las grandes superficies) armas de fuego. Láseres y poderes ridículos en seres más o menos antropomorfos, los que se quiera. Rompo aquí una lanza por el juguete bélico, el de mi infancia, que no me ha hecho ser asesino ni cómplice de explotadores ni sumiso. Estos Reyes, échele cañones al asunto y regale fuertes, acorazados, carros de combate. Seamos sexistas: el mundo sobrevive (que eso sea bueno o no, ya es otra historia) gracias al sexo, a la tensión, a la diferencia. ¿Idiotiza más una espada que un espejito o un falso collar de perlas? ¡Vivan los kilts y los colts! ¡Arriba las lanzas comanches!
Comentarios
A mi hija le gustan cosas que no pide un niño. ¿Le voy a echar un discurso? Ni hablar.