LÚNASA
Para Sara Clavero
Ahora será invierno en Argentina
como es verano en la abrasada España,
pero aquí ha comenzado otra estación:
si septiembre es Meán Fómhair en gaélico
–mitad de otoño–, agosto entonces
es su principio. Ya la chimenea
crepita junto a pintas a temperatura ambiente
y conviven los tweeds y camisetas
de quienes van a las semifinales
de Croke Park bajo el breve arco iris,
última grada aérea del estadio
en que tiene su palco el aguacero.
Apenas se distingue algunas veces
el cielo de la penumbra de un pub.
Como una risotada baja un trueno
y un relámpago es una chispa
de ingenio en la conversación.
Las nubes sobre el río, reflejando
su plomo que discurre hacia los muelles
igual que desciende el mercurio
por el termómetro
o sobre el posavasos la cerveza
cristal abajo.
Yo cruzo el umbral tantas veces
a recoger, mojado, de su olvido el paraguas.
Spare change, pide un mendigo agitando
un vaso de cartón al que hace mucho
que no calientan ya té ni café;
cansinamente bailan las monedas
y hacen un ruido gris
como el de la lluvia en la verja,
tan breve como lo que dura un chaparrón
o la ilusión de una apuesta
en una carrera de galgos.
La bolsa de papel de Hodges Figgis
con el último libro de Muldoon,
empapada, se torna un chubasquero verde
que por extraña pulsión de sus moléculas,
en homenaje a Flann O’Brien y sus cien años,
de repente dimite de su esencia
y atónito se vuelve permeable.
Fugaz
como el muñeco verde en el semáforo,
rápido
como el correr del peatón
en el naranja extenso,
veloz
como la exasperación ante el rojo
interminable,
el sol asoma, luce y se retira
como ese carterista frente a Trinity
cuando pasa la Garda.
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