En la muralla de Adriano, a la altura de Birdoswald, 1998
Mi amigo Daniel López-Cañete, catedrático de latín de la
Hispalense, no ha podido tomarse una cerveza conmigo estas Navidades porque se
hallaba muy ocupado preparando una traducción de Agrícola, el libro de Tácito cuyo título completo encierra una
trampa perversa para los malos estudiantes que algunos fuimos, pues De vita et
moribus Iulii Agricolae no significa De
la vida y la muerte de Julio Agrícola, sino De la vida y carácter de
aquel prócer. En
esa obra pionera del género biográfico el escritor romano hablaba de su suegro,
conquistador de Britania, un país entonces céltico. Poco después de morir
Tácito, nuestro paisano italicense Adriano hizo construir al norte de la isla la
muralla que lleva su nombre para librar aquella parte del Imperio, como si de
una China occidental se tratara, de las incursiones de los bárbaros. Ahora, en
la esquina de la sevillana y romana calle Adriano con el universal paseo de
Colón, que siguiendo el río desemboca en las Américas, ha abierto un bar céltico;
para más señas, irlandés.
A
pesar de la fama de los naturales de los países celtas, muy civilizado es el
ambiente del pub. Es, por contra, el barrio del Arenal, que hay que recorrer
hasta llegar a aquel, un territorio bárbaro y hostil, con su muralla de
bebedores en la calle como apostadas tribus de pictos borrachos que hay que
sortear hasta llegar a las pintas bebidas con moderación. Y es que nuestro
Ayuntamiento ha ideado una forma genial de hacer desaparecer la botellona: mimetizarla,
confundirla con los que con copas de los bares copan tan anchos las estrechas aceras.
Habrá, entonces, que descreer del tópico. Como en Agrícola, los ajenos, los extranjeros, quedan bien parados si se
les compara con los nativos (en el caso de Tácito los romanos, aquí los
sevillanos).
La
mitología y la religión de los antiguos irlandeses era amiga de la reencarnación.
Aquí en Sevilla justo un año después del cierre de Flaherty, el mítico pub de
la calle Alemanes, tenemos ahora, en metempsicosis hibérnica, el O'Neills de la
calle de nuestro emperador Adriano.
Tenía
ya ganas de conocer un pub irlandés, pues es sabido que en los diecisiete años
que estuvo abierto aquel no pisé el local ni llegué a comprender qué arcano
misterio hallaban muchos en ese brebaje negro que tiene un nombre parecido a
Güines, una de las calles de la Casa de la Moneda. Y no me ha defraudado
O'Neills, con su madera, su acogedor personal, sus vasos con el arpa y su
vidriera de San Patricio. A ver si Daniel ahora se anima.
(El Mundo, edición de Sevilla, 28-12-12)
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