Presentábamos ayer en la Feria del Libro de Madrid la biografía que Kate O'Brien escribió de Teresa de Ávila. Con el embajador de Irlanda, Justin Harman, y con la editora de Vaso Roto, Jeannette L. Clariond, me tocó hablar como traductor. Esto fue lo que dije:
Me gustaría comenzar mi breve intervención con estos
versos del poema "Amor de Santa Teresa", de Jorge Guillén, que están
muy en la línea de la biografía recién publicada: "La gracia seductora de
sus gestos, / esa humildad que oculta su energía, / jamás con tono enfático de
santa." Permítaseme subrayar ese último verso porque ahí está lo que vio
Kate O’Brien en Teresa de Ávila: precisamente eso, una persona de carne y hueso
cuya religiosidad no eclipsa su gran humanidad.
A
la hora de repartirnos qué decir cada uno de nosotros en este acto, el
embajador Harman me sugirió que hablara de mi experiencia como traductor de
este libro, y lo hago encantado. Al abordarlo me encontré con una aparente
facilidad que resultó ser dificultad y finalmente devino placer: la delicia de
ir a beber a ese hontanar fresco que son los escritos de la santa.
Y es que una de las
dificultades de traducir el libro consistió en algo paradójico: verter al
español el inglés al que O'Brien había traducido los textos de Teresa de Ávila,
procedentes principalmente de su autobiografía y de otras obras, como Las
moradas. Son abundantes estas citas, porque como escribió Seamus Heaney (
juicio reproducido en la contraportada del volumen que presentamos): “Kate O’Brien
no solo escribe sobre sus personajes sino que tiene el talento de dejarles
hablar, de hacer que se expresen por si mismos.”
Naturalmente, solo había una elección: hallar
los originales e insertarlos –engastarlos, más bien, porque suelen ser joyas de
la prosa castellana– en lo escrito por la irlandesa. No siempre fue fácil, a
pesar de Internet. También fue un reto hallar la equivalencia exacta de las
palabras y términos empleados por O'Brien que eran a su vez traducciones del
español. Ambas dificultades me hicieron leer, y disfrutar, como dije, muchas
páginas de la santa.
No me extraña que una autora
irlandesa como Kate O'Brien se interesara por Teresa de Ávila. En primer lugar,
vemos una mujer de talento que se interesa por otra, a la que califica de mujer
genial. Pero, además, es alguien fascinado por España, como dejó claro el
embajador Harman. Y de un país católico, lo que le da importantes claves y
elementos de comparación para entender a Teresa. Es Irlanda es país de
rebeldes, como lo fue siempre la abulense (como también la de Limerick, una
mujer inconformista y con carácter). Y país de fundaciones religiosas, de
echarse al camino, o a la mar, a fundar monasterios. Es lo que hizo, ya en el
siglo VI, Colum Cille (es decir, san Columba, quien reparo ahora en que murió
en 597, es decir, mil trescientos años exactos antes del nacimiento de O’Brien),
que no escribió su propia vida como aunque lo hizo en el siglo VIII Adomnán de
Iona y en el XVI (el siglo de santa Teresa) Manus O'Donnell.
También, irlandesa al cabo,
sabe O'Brien apreciar el sentido del humor presente en la mujer genial a la que
dedica la biografía. El gusto por el storytelling,
por una buena historia, aderezada por anécdotas y, por que no, una sonrisa, son
rasgos irlandeses que la autora de Limerick ve en el espejo de la abulense.
Así, por ejemplo, anota:
Para hallar todo el encanto de Teresa hay que leer sus cartas, dirigidas
a su superiora, a Gracián, a sus directores espirituales. “Me reí de lo que me
contasteis. Ah, cómo me he divertido”. Y tras haber narrado alguna comedia o
haber citado algún poemilla propio, escribe: “¡Que Dios os perdone por hacerme
perder el tiempo de esta manera!”. Era diestra en la composición de poemas de
circunstancias y se sentía ufana de su habilidad en este género.
En diciembre de 1927, nada más
abandonar España, donde había permanecido unas tres semanas, y seguramente
comenzado en Sevilla, William Butler Yeats escribió un poema sobre Teresa
inspirado en las lecturas que había hecho de libros sobre la santa (no pudo
contarse entre ellos el de Kate O'Brien porque este se publicó en 1951). Está
incluido en La escalera de caracol y otros poemas, se titula "Óleo
y sangre", manifiesta la preocupación de Yeats por lo místico y esotérico
(lejos de la humanidad que interesa a O’Brien) y dice así:
En tumbas de oro y lapislázuli
los cuerpos de los santos exudan
un óleo milagroso, aroma de violetas.
Mas bajo pesados montones de arcilla pisoteada
yacen los cuerpos de los vampiros llenos de sangre,
sanguinolentas sus mortajas, y sus labios mojados.
En el mismo libro, Yeats volvía a hablar de la
santa en la sección VIII del poema "Vacilación", que actúa de
complemento del anterior. Entre sus primeros versos leemos:
El cuerpo de Santa Teresa yace incorrupto en la tumba,
bañado en óleo milagroso, aromas dulces vienen de él,
que sanan desde su lápida inscrita.
Yeats fue muy admirado por dos grandes poetas
españoles, andaluces por mas señas: Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda. Como tal
vez alguno de ustedes sepa, hace unos años escribí una extensa biografía del
segundo. En ella acopié a lo largo de casi novecientas páginas casi todo dato
conocido, e incluso desconocido, sobre el poeta sevillano. Una regla de oro de
cualquier biógrafo ha de ser no componer una hagiografía, es decir, una imagen
sin matices, como una vida de santo. O’Brien elude ese peligro. Por eso, como
biógrafo también, he gozado con la lectura, al tiempo que la traducía, de esta
vida de Teresa de Ávila, en la que destacaría, sobre la meticulosidad del scholar
anglosajón la pasión, la intuición del celta. Como en una melodía tradicional,
donde todas las notas ya están fijadas en el pentagrama, los datos sobre Teresa
ya eran conocidos. No se sacan a la luz nuevas informaciones. Lo que consigue
Kate O'Brien es, tomando como impulso esa idea del genio de Teresa,
interpretarla con sensibilidad, dar su propia versión, llena de alma y de
intimidad, confundiéndose con la música que toca, poniendo todo de sí y dándose
a sí misma en la letra de la canción que canta. Biógrafa y biografiada se
funden. Vuelvo a Yeats, a unos versos suyos: "¿Cómo podemos/ del baile
distinguir la bailarina?"
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