En su sección “Guía
cultural”, el número 2.204 de la revista Cambio16
publicaba la entrevista que Natalio Blanco me hizo sobre mi
novela Los huesos olvidados (Espuela
de Plata). Es como sigue:
-Tras una
dilatada trayectoria como traductor, ensayista y poeta, decide dar con Los huesos
olvidados el salto a la narrativa de
ficción. ¿Intimida este campo o es una experiencia más en el mundo de la
creatividad literaria?
-Es
de lo poco que me faltaba por hacer, es cierto, pero no me he embarcado en ello
como un reto. Ha surgido como la prolongación natural de mi trabajo como
biógrafo. Me gusta investigar y armar vidas, y me apetecía poder hacerlo con la
libertad de la ficción, aunque todo esté basado en hechos reales. En un futuro
cercano espero poder publicar más novelas en esta línea, porque ofrecen una
visión de los personajes a la que difícilmente llega el ensayo, lo que
podríamos llamar el trabajo científico.
-Lejos de
lo que podría pensarse a primera vista, esta no es una novela más sobre la
Guerra Civil. Temas como la fidelidad, la búsqueda de la identidad propia y la
fragilidad de la memoria están muy presentes también, ¿no es así?
-Efectivamente,
no es una novela al uso sobre la Guerra Civil porque se fija en una víctima
que, perteneciendo a uno de los dos bandos en liza, sufre la persecución de los
suyos. Son muchos los interesados aún hoy día en silenciar el caso del POUM; de
ahí, y porque es verso de Octavio Paz incluido en uno de sus poemas sobre la
Guerra Civil, que haya adoptado el título de Los huesos olvidados.
-¿Por qué
aún sigue sin estar todo dicho ni contado sobre la Guerra Civil?
-Fundamentalmente, porque la
memoria es pendular y los héroes de antaño son los villanos de hoy, y
viceversa. El español cainita no perdona y tampoco suele conceder la condición
de humanos a sus enemigos: unos eran hordas rojas y otros fascistas
sanguinarios, según quien cuente su versión. Pero entre ese blanco y ese negro,
esos polos, hay una gran gama de grises, de matices.
-¿Por qué
la memoria histórica se intenta solapar con el olvido?
-La
memoria histórica es un concepto hermoso, si se trata de honrar a las víctimas
inocentes, de las que por desgracia hubo tantas, pero mal planteado. En
Andalucía, por ejemplo, lo de Histórica ya no basta y ahora se lo denomina
Memoria Democrática. Que el PCE, integrante de IU y en realidad su fuerza
hegemónica, ostente la Dirección General de Memoria Democrática en Andalucía
parece grotesco, porque ese partido ha sido siempre bien poco democrático. En
el caso que narra mi novela, fue correa de transmisión de la caza de brujas que
desató Stalin contra todo lo que oliera a trotskista, sinónimo para él de
fascismo. Una familia de clase media española, esa que va despareciendo o
sobrevive en condiciones cada vez más precarias, lo más normal es que tenga
antepasados en ambos bandos, y víctimas también por haber tomado una posición u
otra, o haberse encontrado en determinado lugar al estallar la guerra. Pero
ahora hay un alzhéimer selectivo.
-Su historia parte de un hecho real en torno a la
figura de Octavio Paz. ¿Es todo el resto de la obra ficción pura y dura o la
realidad tiene un peso destacado en su novela?
-Surge de una nota con la
que el propio Paz acompañó a uno de sus poemas. La anécdota era tan rocambolesca,
tan novelesca en suma, que desde el principio tuve la conciencia de que estaba
pidiendo ser contada más extensamente. Yo he creado a la supuesta hija del
protagonista, amigo de juventud de Paz: ella es quien va realizando las
pesquisas, ella quien reconstruye la historia. Fuera de algún lance inventado,
pero verosímil, todo lo que se cuenta en Los
huesos olvidados es cierto. Su meollo lo es, lo más incómodo.
-¿Hasta qué punto la experiencia vivida por el poeta
mexicano en la Barcelona en guerra de 1937 le sirvió para cambiar sus bases
ideológicas?
-Paz estuvo cercano al
comunismo pero no llegó a militar en el partido, ni en su rama española ni en
la mexicana. En el II Congreso de Intelectuales por la Defensa de Cultura
celebrado a principios de julio de 1937 en Valencia, ya se sintió incómodo por
lo que se iba conociendo de la desaparición de Andreu Nin, dirigente del POUM.
Y fue testigo del menosprecio que padeció alguien que ya alertaba de que la
URSS no era la sociedad modélica que a muchos entusiasmaba: André Gide. Pero
empezó a alejarse definitivamente del comunismo a principios de la década de
los cincuenta. Siempre fue una conciencia crítica y antitotalitaria. Lo que su
amigo Bosch le contó en Barcelona supuso una fisura ya irreparable en las creencias
que había tenido hasta entonces.
-Para que una novela con ambientación histórica tenga
el peso narrativo preciso se le exige pulso y fuerza evocadora, entre otros
aspectos. ¿Cómo cree que se consiguen para enganchar al lector?
-He leído muchos testimonios
de la época, e incluso aparece en mi novela George Orwell, que fue compañero de
armas de Bosch y testigo, en los mismos sucesos y trincheras, de buena parte de
lo que le sucedió a este. La segunda parte de la novela es la que podríamos
llamar bélica. Hay una gran documentación detrás, pero el recurso de que sea la
hija quien recomponga la historia ayuda, con las observaciones que le hacen
unos amigos mexicanos en la tercera parte, a que el narrador que soy yo se
descargue de maniqueísmo y, en todo caso, si lo hubiere, este lo ponga ella. La
novela trata en el fondo de cómo se deterioran los ideales, y la memoria, y de
cómo al mismo tiempo es necesario recuperar esta, pero en su integridad. Al
lector le interesará ver, como coprotagonistas, a Octavio Paz y a Elena Garro.
También aparecen fugazmente personajes como el compositor Silvestre Revueltas.
(Las fotos reproducidas corresponden a los llamados "hechos de mayo" de 1937 en Barcelona)
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