sábado, 31 de enero de 2015
En la muerte de José Manuel Lara
Lamento mucho la muerte de José Manuel Lara Bosch, presidente del Grupo Planeta. No siempre compartí sus decisiones, y alguna de subordinados suyos la padecí muy directamente, pero lo que quiero recordar ahora es que se comportó con amabilidad conmigo y fue un honor dirigir la Casa del Libro de Sevilla y, brevemente, también la revista Mercurio, de la fundación que lleva su nombre. Descanse en paz. Mis condolencias a la familia y a los amigos de los diferentes sellos del grupo.
viernes, 30 de enero de 2015
"Historia natural de la felicidad"
Qué buena labor está realizando Jesús Aguado con la colección de antologías esenciales que dirige para Fondo de Cultura Económica. esta, espléndida, es la última que ha llegado a mis manos: Historia natural de la felicidad, de Juan Carlos Mestre. Hay decenas de poemas estupendos, pero, como botón de muestra, estos versos, que tratan sobre el oficio o mester, hoy tan superpoblado pero en el que destaca Mestre como uno de los mejores:
antes los poetas maldecían a los burgueses
ahora los burgueses maldicen a los poetas
su multiplicación contradice la teoría de Darwin
no aciertan a cuadrar los inventarios
dan negativo en todos los balances
jueves, 29 de enero de 2015
E la nave va
Rafael Adolfo Téllez leyendo su poema publicado en Estación Poesía durante la presentación
del número 3 el pasado día 20 de enero. Fotografía de Lola Pardo de Donlebún.
Ya en la calle con el frío que hace, como si a la pobre la hubiéramos desahuciado del calor fabril y febril de la imprenta, el número 3 de Estación Poesía va llegando también a casa de los colaboradores y suscriptores. Las reacciones son efusivas, con alabanza al diseño limpio y la altura de los textos -casi todos poemas-. Hoy, Álvaro Valverde se hace eco de ella en su blog siempre atento a todo lo que se mueve en el terreno de la poesía, y comparte sus impresiones.
La revista se halla en las mejores librerías, y allá donde no esté directamente disponible se puede realizar un pedido a través de la distribuidora que lleva los fondos de la Universidad de Sevilla. En cualquier caso, este proyecto en marcha y ya trino (este adjetivo conviene al sustantivo más o menos sinónimo de gorjeo si hablamos de una publicación lírica) se puede leer tan ricamente en casa a través de la página que alberga los tres números publicados, pinchando en las cubiertas respectivas.
miércoles, 28 de enero de 2015
ANATOMÍA DE LA ALMOHADA
Eres la blanca goma de borrar
añadida al final del largo lápiz
más corto cada vez,
y despuntado,
de la jornada ida al afilarla.
Isla en el mar de pez
del cuarto a oscuras –la alcoba,
esa hermana arábiga que te contiene amante
como una madre a su hija
con un rumor de las mil y una noches–.
Blanda piscina de oleaje mínimo
y corrientes submarinas
en que las pesadillas se ahogan,
roca esponjosa que absorbes
ilusiones y miedos.
Escayola de plumas o de espuma,
molde que nos fabrica otro yo
siempre más real que su modelo.
Cesura entre el ayer y el mañana,
la alborada y la víspera.
Antena horizontal con que se oye
laboriosas tejer a las estrellas
su colcha de hilo blanco, su coro,
tu mortal palidez en la que el sueño
corre siempre el riesgo de eternizarse.
Pasada ya la lengua del deseo,
un sobre franqueado al país de lo onírico,
un envoltorio con sobrepeso
porque nos guarda en su interior
bajo un lacre de tinieblas secretas.
Frontón que devuelve las vivencias
con rebotes oblicuos
en juego de pelota imprevisible.
Un ala sube, otra desciende
nunca al compás de su compañera.
Salina portátil que conserva
–cristalinos fractales–
y aniquila obstruyendo las arterias
de esa máquina triste, la cabeza,
que en ti reposa
igual que una corona en el tapete
de un monarca que abdica.
Como un recuerdo,
un pétalo que guardamos
entre colchón y nuca.
Gélida, abrasadora confidente
de lo que no necesita pronunciarse.
Largo beso, no para la boca
sino para los oídos.
Página en la que escribimos
con la tinta simpática
de la desesperación.
Esa celda sin rejas a la que vuela el alma
todas las noches tras el recuento
para nunca evadirse de tu cárcel.
Ese dúo que entonan juntos
el cabello y la tela,
la funda y los mechones,
la piel de la alopecia y la rolliza
hermanastra pequeña de la sábana,
cansada nana a la que arrulla el terco
tictac en la mesilla,
el pulso en las muñecas o las sienes
sujeto a las corrientes, como el mar
se inclina ante las leyes de la luna,
tu copia sobre el cielo, en que se apoya
la sesera del sol y, decreciente,
a su forma se adapta y recupera,
creciente, su perfil hasta estar llena,
sístole y diástole de un lienzo.
El cadáver de un niño, una mortaja
de todo lo que ser pudo y no fue;
de todo lo que, siendo, destruyó
aquello que, no sido aún, vivía.
Con el cuerpo yacente, encrucijada,
un martillo tenue que golpea
para romper asedios en que ignoro
a qué lado de la muralla estoy.
Mullido monedero de sombras en que guarda
la humanidad su ruina.
Tse-tse como animal de compañía,
aguzada guadaña sin violencia;
la hoja en el patíbulo nocturno
que cotidianamente nos condena,
que nos va ejecutando noche a noche.
(Adelanto de mi próximo libro, Lo que importa, que aparecerá este año en la colección Calle del Aire de la editorial Renacimiento)
martes, 27 de enero de 2015
Dos virutas
Sí, sí, mucha Grecia por aquí y mucha Grecia por allá. Pero, ¿y el aoristo, eh? Aquello sí que era para celebrarlo, aunque solo fuera porque entonces teníamos diecisiete años. Aún nos faltaba para la mayoría (de edad), y no pasaba nada.
* * *
Traducir sin ritmo un poema hermoso, quebrar las patas a un caballo de carreras.
lunes, 26 de enero de 2015
domingo, 25 de enero de 2015
Cartas marcadas
Postal de Georgina Hübner a JRJ
Donde se reseña la primera novela, muy buena, de Juan Gómez Bárcena, El cielo de Lima.
sábado, 24 de enero de 2015
James Taylor
Ayer, en mi propuesta quincenal en El Mundo, urgía a comprar entradas antes de que se acaben. Dejo aquí el enlace.
viernes, 23 de enero de 2015
Dos veces Oliván
Llevo días pensando en él desde que vi la foto del fiscal argentino muerto por una bala que aún no se sabe quién disparó. El rostro del difunto me recuerda al del felizmente vivo, el fiscal Nisman al Oliván último que vi solo hace unos meses en la presentación de su más reciente libro en Sevilla. Y ahora lo encuentro en una divertida mención que una vieja gloria novísima hace de mí en una página de sus diarios. Que lo diga como desagravio ante una crítica mía, o porque verdaderamente lo crea, da igual. El caso es que, tras exhortar a una nueva traducción completa de la poesía de Yeats, porque la que yo publiqué, aunque trabajo inmenso -reconoce- no tiene "el poder" del original (esto se lo habrá soplado Perogrullo), suelta esa maravillosa pifia con la que quiere apuntalar su juicio y que, como viga que cae en un derrumbe, da al traste con el mezquino edificio de su pulla. Hay una, sí, muy buena, afirma, pero es solo antología: la de Oliván. Y es entrañable ver cómo el veterano vate cae en un error de principiante. Lo que Oliván ha traducido -muy bien, por cierto- no es al poeta de "Leda y el cisne" sino al de la "Oda a un ruiseñor", ¡no a Yeats sino a Keats! La comparación, entonces, me pone de un humor excelente.
jueves, 22 de enero de 2015
Doblemente allí
Al final de la presentación de la revista, esta tarde, se me ha acercado el padre de uno de los poetas que aparecen en ella y que han leído su colaboración (un alumno de Filología). Me ha dicho que le resultaba muy emocionante todo, porque su mujer y él se habían conocido en ese mismo lugar cuando el edificio era Escuela de Empresariales y ellos estudiantes. Y que el hecho de que en ese escenario, allí precisamente, el fruto de aquel emparejamiento leyera su primer poema publicado era como el cumplimiento de un círculo, lleno de significado. Y me ha emocionado él a mí.
(Anotación de la noche del martes tras el acto en que se presentó el número 3 de Estación Poesía)
miércoles, 21 de enero de 2015
martes, 20 de enero de 2015
Figuras geométricas
"La figura geométrica que simboliza la prosa es la línea: recta, sinuosa, espiral, zigzagueante, mas siempre hacia delante y con la meta precisa. De ahí que los arquetipos de la prosa sean el discurso y el relato, la especulación y la historia. El poema, por el contrario, se ofrece como un círculo o como una esfera: algo que se cierra sobre sí mismo, universo autosuficiente y en el cual el fin es también un principio que vuelve, se repite y se recrea." Son palabras de Octavio Paz en El arco y la lira. Hay que asentir. Ya Juan Ramón Jiménez dejó también escrito ese "donde tienes que ir es a ti mismo". En El árbol de la vida (Col. Puerta del Mar, Málaga, 2005), hablaba de mí en términos parecidos, no tanto en lo que hace a la distinción de géneros bajo la sombra de Euclides como refiriéndome a la personalidad, a la vida del individuo (en este caso, yo):
YO no soy un segmento de vida que se agote
llegado
a su punto final, concluso.
Soy
una paralela que recorre la sombra
de
cuantas vidas habrá y cuantas hubo.
Una
recta sin principio ni fin,
quizás
no recta sino círculo.
O
tal vez lo más complejo:
un
simple, solitario punto.
lunes, 19 de enero de 2015
Alba
Tumba de E. P. en el cementerio de San Michele, Venecia
ALBA
As cool as the pale wet leaves
of lily-of-the-valley
She lay beside me in the dawn.
ALBA
Fresca como las cálidas hojas húmedas
del lirio de los valles
yacía ella a mi lado con la aurora.
EZRA POUND, Antología poética, edición, introducción y notas de Manuel Almagro Jiménez; traducción de Antonio Rivero Taravillo, Universidad de Sevilla, 1991)
domingo, 18 de enero de 2015
Humo
Igual que otros adoptan como propósito para el año nuevo dejar el tabaco, yo había decidido quitarme de la poesía. Pero nada, aquí sigo echando humo.
sábado, 17 de enero de 2015
Estación Poesía, 3
El tercer número ya de Estación Poesía, que se presenta la semana que viene en Sevilla. No querría citar aquí unos colaboradores para dejar fuera otros, pero sí puedo decir que hay en él mucho y bueno. Aquí, los detalles de la convocatoria.
viernes, 16 de enero de 2015
Propósito
Igual que otros adoptan como propósito para el año nuevo dejar el tabaco, yo había decidido quitarme de la poesía. Pero nada, aquí sigo echando humo.
jueves, 15 de enero de 2015
miércoles, 14 de enero de 2015
domingo, 11 de enero de 2015
Una puerta
La citada puerta un día de 2012
"En una de las salas del James Joyce Center veo una puerta. La puerta de una casa georgiana, como hay cientos en esta ciudad que no fue alcanzada por la guerra mundial. En el cartel leo que es la auténtica puerta del edificio que estuvo en el número 7 de Eccles Street, donde Leopold Bloom echaba una bola de sebo en la sartén para freír los riñones que había comprado para el desayuno. A estas alturas estaba tan distante de la ruta joyciana que nada me estimulaba. Y ese desánimo me hizo pensar que los lugares necesitan subtítulos, como una película exhibida en una lengua desconocida. Uno ve los actores moverse por la escena, pero sin comprender lo que dicen le aburren. Así también las ciudades necesitan leyendas para saber que una puerta es la puerta. Y este cambio de artículos es la clave de bóveda que cierra el cielo artificial de cualquier ciudad."
JOSÉ ÁNGEL CILLERUELO, Almacén. Dietario de lugares, 2014.
sábado, 10 de enero de 2015
La agonía de Francia
“La caída de Francia no es, sin embargo, el drama lamentable de un pueblo que no ha querido batirse. No, Francia, durante los meses de la guerra, que han sido su agonía, lucha, no contra el enemigo exterior, sino consigo misma. El proceso de su caída es una verdadera tragedia con todos los elementos de la tragedia clásica. Es la lucha de lo consciente contra lo inconsciente, del hombre contra el mito, del héroe contra la divinidad.”
MANUEL CHAVES NOGALES, La agonía de Francia, 1941.
jueves, 8 de enero de 2015
Anotaciones de lectura
Hay dos formas de triunfar: inspirando compasión o provocando envidia. Pero la envidia es más duradera, porque el envidioso tiene mayor constancia.
SANTIAGO RUSIÑOL, Máximas y malos pensamientos, traducido por Francisco Fuster
* * *
junto a la intromisión constante del hipervínculo,
aquello que se esconde a simple vista
DAVID MAYOR, Conciencia de clase
* * *
Musgo en la encina
como un niño que duerme
sobre la madre.
LEÓN MOLINA, Llegar
miércoles, 7 de enero de 2015
Flores en los surcos.
En los versos cuidados, formales, clásicos, de Lutgardo García Díaz, he visto brotar flores sin pasar por el tallo tímido o la rama. Directamente, como fogonazos de emoción. Son metáforas, imágenes, que proceden de la observación que acierta a expresarse, y que le hace escribir, por ejemplo, con qué limpieza de la nieve en la sierra. Como el poeta es creyente, y la Navidad la época de año, son lícitos, y preciosos, unos versos como estos, con su asonancia a lo Claudio Rodríguez, que hasta recuerdan a su bellísimo "Siempre la claridad viene del cielo":
Huyeron los pichones celestiales
y envolvieron de plumas a esta sierra.
Se ha fragmentado el cielo y se nos viene
repartido en minúsculas obleas.
Ha nevado, Señor, y es un milagro
porque aquí es Navidad y el que no crea
que contemple la lana con que el día
ha abrigado los montes...
En el paisaje urbano también es capaz Lutgardo de entregar logros como este, ribereño del Guadalquivir a su paso por Sevilla: "y la brocha del álamo en el río / como en el cajetín de una acuarela." La viña perdida fue el libro finalista del Premio Adonáis 2013, y entre sus poemas elegíacos, de celebración de la paternidad, del amor conyugal, hay cinco o seis poemas extraordinarios. No me dejará por mentiroso el XIX, "Gota fría":
Mi padre ya despierto,
sobre la mesa fichas anotadas
y libros señalados con papeles.
Entra una luz sin sol que todavía
no supera las nubes.
Una luz todavía adolescente.
En el cazo la leche quiere hervir
y suena.
Después mi padre sopla apartando la nata.
Se derrama en mi vaso
una leche que viene a alimentarme,
y todavía me alimenta.
Al parecer habrá una gota fría,
dice hoy la radio igual que esa mañana:
una taza vacía entre mis manos,
y mi padre callado, casi ceremonioso
me la llena -otra vez- con su recuerdo.
Ya transcrito el poema, esa gota fría anunciada por la radio me ha recordado el final del relato "Los muertos", con el que se cierra Dublineses. Allí, la gran nevada es anunciada por los periódicos, y en el momento de la acción el pronóstico ya es una realidad general "sobre todos los vivos y los muertos". Espero que no moleste esta comparación con Joyce, e incluso con Huston, a Lutgardo García Díaz.
martes, 6 de enero de 2015
domingo, 4 de enero de 2015
La primera "Tierra baldía"
T. S. Eliot
LA TIERRA BALDÍA
PRIMERA VERSIÓN INÉDITA
SEGÚN EL ORIGINAL DEL MANUSCRITO
Reconstrucción
y versión española de Antonio Rivero Taravillo
Es sabido que Ezra Pound sometió a una dieta de adelgazamiento severísima al manuscrito de The Waste Land. Hace años, invitado por mi profesor de literatura inglesa en la facultad, Manuel Almagro, me entretuve en trasponer al español (otro buen verbo sería suponerlo) lo que hubiera sido ese libro sin la intervención del miglior fabbro, como Eliot llamó -también es de sobra conocido- a Pound. Como se verá, los cambios son sustanciales. En rojo, lo que quedó eliminado (como se verá, a menudo es travieso y juguetón, casi letra de un espectáculo de cabaret, muy en la línea de cierto Auden que habría de venir). Al final se incluyen varios poemas que quedaron desgajados del conocido texto de 1922. Presento esto como ejercicios de poeta, una tentativa de versión sin propósito comercial. Me he basado en T, S. ELIOT, The Waste Land. A Facsimile and Transcript of the Original Drafts Including the Annotations of Ezra Pound. Edited and with an Introduction by Valerie Eliot, Harvester Books, San Diego, 1994. Allí (también hay edición en Faber & Faber, donde fue editor el propio Eliot) se reproducen los textos en inglés con las enmiendas.
Se permite la difusión gratuita siempre y cuando se cite la fuente.
EL
ENTIERRO DE LOS MUERTOS
Empezamos a entonarnos en casa de Tom,
allí
estaba el viejo Tom, con una trompa, ciego,
(¿no
te acuerdas de aquella vez tras un baile,
con
sombrero de copa y todo, nosotros y Harry “Sombrero de seda”,
que
Tom nos llevó detrás, sacamos una botella de champán,
con
la buena de Jane, la parienta de Tom; e hicimos que Joe cantase
“estoy
orgulloso de mi linaje irlandés
y
no hay guapo que se meta con él”?).
Después,
la cenorra y dos puros de Bengala.
Cuando
entramos en la función, en la fila A, arriba,
quise
poner el pie en el tambor, y fue y se chivó la tía
“tientas
y aprietas en el amor, cortejas,
ay,
niño, ¿qué cosas son éstas?”
Nunca
llegué a gustarle, un tío majo pero rudo;
en
un santiamén estuvimos en la calle, ¡uh, qué frío!
¿Cuándo
serás bueno? Nos dejamos caer por el Opera Exchange,
bebimos
ginebra y jugamos a las chapas,
el
Sr. Fay estaba allí, cantando “La molinera”;
después
decidimos tomar el aire y andar un poco.
Después
perdimos a Steve.
(“Aparecí
una hora más tarde en el local de Myrtle.
¿De
qué vas, me dice, a las dos de la mañana;
yo
no estoy aquí para tíos como tú,
sólo
nos han hecho una redada esta semana, me han dado dos soplado.
He
llevado una casa durante veinte años, dice,
hay
tres caballeros del Buckingham Club ahora arriba,
me
voy a jubilar y viviré en una granja, dice,
ya
no da dinero, con tantos perjuicios,
y
la reputación que coge la casa por unos cuantos borrachos.
He
llevado una casa limpia veinte años, dice,
y
los caballeros del Buckingham saben que aquí están seguros;
mira
que me hablaron bien de ti, pero se acabó.
Quiero
una mujer, le dije; estás demasiado borracho, se pone,
pero
me dio una cama, y un baño, y jamón y huevos,
y
ahora aféitate, dijo;
Myrtle
siempre me trataba con honorabilidad).
Apenas
habíamos recorrido el pasillo cuando vino un poli
buscando
jaleo; ha alterado el orden, me dijo,
acompáñeme
a la comisaría. Lo siento, dije,
sentirlo
no sirve, dijo; déjeme coger mi sombrero, dije.
Vaya,
por suerte apareció el mismísimo Sr. Donovan.
¿Qué
es esto, agente? Es nuevo en esta ronda, ¿no?
Eso
pensé. ¿Sabe quién soy? Sí, lo sé,
dijo
el guardia impertinentemente, molesto. Déjelo entonces.
Estos
caballeros son amigos personales míos.
¿No
fue eso suerte? Luego fuimos al Club Alemán
Donovan
y nosotros y su amigo Gus Krutzsch.
Quiero
ir a casa, dijo el cochero,
todos
vamos a casa por el mismo sitio, dijo el Sr. Donovan,
¡Vamos,
Trixie y Stella!, y sacó el pie por la ventanilla.
Lo
siguiente que recuerdo es el viejo coche en la avenida
y
el cochero y el pequeño Ben Levin el sastre,
el
que leía a George Meredith,
corriendo
cien metros por una apuesta,
y
el Sr. Donovan sostenía el reloj.
Así
que salí a ver amanecer y me fui andando a casa.
* * *
Abril
es el mes más cruel, engendra
lilas
de la tierra muerta, mezcla
memoria
y deseo, agita
pálidas
raíces con lluvias de primavera.
El
invierno nos mantuvo calientes, cubriendo
de
olvidadiza nieve el suelo, nutriendo
un
poco de vida con tubérculos secos.
El
verano nos sorprendió, llegando sobre el Königsee
con
un chaparrón; nos paramos en la columnata,
y
avanzamos a la luz del sol, al Hofgarten,
y
tomamos café, hablando una hora.
Bin
gar Keine Russin, stamm’ aus Litauen, echt deutsch.
Y
cuando éramos niños, en casa del archiduque,
mi
primo, él me sacó en un trineo
y
yo tenía miedo. El dijo, Marie,
Marie,
agárrate fuerte. Y bajamos.
En
las montañas, allí sí que te sientes libre.
Leo,
buena parte de la noche, y voy al sur en invierno.
* * *
¿Qué
raíces agarran, qué ramas crecen
de
esta pétrea basura? Hijo de hombre,
tú
no puedes decir, ni adivinar, pues solamente conoces
un
montón de imágenes rotas, donde golpea el sol,
y
no da el árbol muerto cobijo, el grillo no da alivio
ni
un son de agua la piedra seca. Sólo
hay
sombra bajo esta roca roja,
(entra
bajo la sombra de esta roca roja),
te
enseñaré algo diferente tanto de
tu
sombra que por la mañana camina tras de ti
como
de tu sombra que a la tarde se alza a tu encuentro;
te
mostraré el temor en un puñado de polvo.
* * *
Frisch
weht der Wind
Der
Heimat zu,
Mein
Irisch’ Kind,
Wo
weilest du?
“Me
diste jacintos por primera vez hace un año;
me
llamaron la jacintera”
Mas
cuando volvimos, tarde, al jardín de los jacintos,
tus
brazos llenos, y tu pelo mojado, no pude
hablar,
y se nublaron mis ojos, no estaba
vivo
ni muerto, ni sabía nada,
mirando
al corazón de la luz, el silencio.
Madame
Sosostris, famosa vidente
tenía
un gran constipado, sin embargo
se
dice que es la mujer más sabia de Europa,
con
una baraja terrible. Aquí, dijo,
está
su carta, el Marino fenicio ahogado
(esas
perlas fueron sus ojos, ¡vea!),
aquí
está Belladonna, la Señora de las Rocas,
la
señora de las situaciones,
aquí
está el hombre con tres bastos, y aquí está la Rueda,
y
aquí el mercader tuerto, y esta carta
que
está en blanco es algo que lleva a la espalda,
que
me está prohibido ver. Tema la muerte por agua.
Veo
multitudes que caminan en círculo
(yo, Juan, vi y escuché estas cosas).
Gracias. Si ve a mi querida Mrs.
Equitone,
dígale
que yo misma le llevaré el horóscopo,
hay
que tener tantas precauciones hoy día.
Ciudad
irreal, he visto a veces y veo
bajo
la niebla parda de tu aurora de invierno
caminar
a un gentío sobre el Puente de Londres, tantos
que
no creía que la muerte hubiese deshecho a tantos.
Suspiros,
breves e infrecuentes, exhalaban,
y
cada cual fijaba sus ojos ante sus pies.
Subió
por la cuesta y bajó por King William Street
a
donde Santa María Woolnoth daba la hora
con
un sonido muerto en el toque final de las nueve.
Allí
vi a un conocido, y lo detuve, gritando: ¡Stetson!
¡Tú
que estuviste conmigo en las naves en Milas!
Aquel
cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
¿ha
empezado a brotar? ¿Florecerá este año?
¿O
la escarcha inesperada ha transtornado su arriate?
Oh,
mantén lejos de aquí al Perro, el amigo del hombre,
o
volverá a desenterrarlo con sus garras
¡Tú!
hypocrite lecteur, -mon semblable, -mon
frère!
HACE
DE LA POLICIA CON DISTINTAS VOCES
Una
partida de ajedrez
La
Silla en que ella se sentaba, como un trono bruñido
brillaba
sobre el mármol, donde el espejo batiente
que
sostenían postes labrados con doradas viñas
desde
las que se asomaba un tierno Cupido
(otro
ocultaba sus ojos bajo el ala)
duplicaba
las llamas de candelabros de siete brazos
reflejando
la luz sobre la mesa al tiempo
que
el fulgor de sus joyas se alzaba a su encuentro
desde
estuches de raso desparramados con profusión;
en
frascos de marfil y cristal de colores
destapados
acechaban sus extraños perfumes sintéticos
ungüentos,
polvos, líquidos turbaban, confundían
y
ahogaban los sentidos en olores; agitados por el aire
que
venía fresco de la ventana, éstos subían
cebando
las llamas de las velas, que se alargaban
y
lanzaban su humo a los lacunarios
removiendo
los dibujos del artesonado.
Sobre el hogar vasto bosque marino alimentado con
cobre
ardía
verde y naranja, enmarcado por la piedra de color,
en
cuya triste luz nadaba un tallado delfín;
sobre
la repisa de época de la chimenea se mostraba
en pigmento, pero tan vívida que se diría
que
una ventana daba sobre la nemorosa escena
la
metamorfosis de Filomela, por el bárbaro rey
forzada
tan rudamente, aunque allí el ruiseñor
llenó
todo el desierto con inviolable voz,
y
aún chilló (y aún el mundo prosigue)
tac
tac, en los oídos sucios de la muerte;
y
otros relatos, de los viejos muñones y extremos
sangrientos del tiempo
narraban
las paredes, donde asomándose
miraban
formas que acallaban la estancia y la cercaban.
Había
pisadas en la escalera,
bajo
la luz del fuego, bajo el cepillo, su pelo
se
desparramaba en ardientes puntas diminutas de deseo,
brillaba
en palabras, después quedaba fieramente en silencio.
“Esta
noche estoy mal de los nervios. Sí, mal. Quédate conmigo.
“Háblame.
Por qué nunca hablas. Habla.
¿En
qué estás pensando? ¿Qué piensas? ¿Qué?
“Nunca
sé lo que piensas. Piensa.”
Pienso
que nos conocimos en el callejón de las ratas,
donde
los muertos perdían sus huesos.
“¿Qué
es ese ruido?”
El viento
bajo la puerta.
¿Qué
es ese ruido ahora? ¿Qué hace el viento?”
Se lleva
a
los muertecillos que no pesan nada
“¿No
sabes nada? ¿No es nada? ¿No recuerdas
nada?
Recuerdo
el
jardín de los jacintos. Esas son perlas que fueron sus ojos. ¡Sí!
“¿Estás
vivo o no? ¿No hay nada en tu cabeza?
Pero
Oh
oh oh ese Ragtime shakespeareano
es
tan elegante,
tan
inteligente.
“¿Qué
haré ahora? ¿Qué haré?
Saldré
corriendo como estoy y andaré por la calle
con
el pelo suelto, así. ¿Qué haremos mañana?
¿Qué
demonios haremos?
El agua caliente a
las diez.
Y
si llueve, el carruaje cubierto a las cuatro.
Y
jugaremos una partida de ajedrez:
las figuras de marfil nos harán compañía
apretando
ojos sin párpados y esperando un golpe en la puerta.
Cuando
el marido de Lil iba a abandonar el Regimiento
no
me mordí la lengua, yo misma se lo dije
SEÑORES
QUE NOS VAMOS QUE ES TARDE.
Ahora
que vuelve Albert, arréglate un poco.
El
querrá saber lo que hiciste con ese dinero que te dio
para
ponerte unos dientes. Sí que lo hizo, yo estaba.
Sácatelos
todos, Lil, y ponte unos lindos,”
dijo
él, “te juro que no soporto mirarte.”
“Yo
tampoco puedo,” dije, “y piensa en el pobre Albert,
ha
estado cuatro años en el ejército, quiere pasarlo bien
y
si tú no se lo das, hay muchas otras por ahí que lo harán, le dije
Así
que otras, eh. ¿Pues no te lo estoy diciendo?
Entonces
ya sabré a quién darle las gracias, y vaya mirada que me echó.
SEÑORES
QUE NOS VAMOS QUE ES TARDE
“Oye, no te hagas la antigua conmigo,” le dije,
“otras
pueden elegir y escoger, si tú no puedes
pero
si Albert se larga no será porque no te lo he dicho
Debería
darte vergüenza”, le dije “parecer una momia”
(y
sólo tiene treinta y uno).
“No
lo puedo evitar,” dijo, poniendo la cara larga.
“Es esa medicina que tomé para echarlo
(Ya
ha tenido cinco, y casi murió cuando el pequeño George
“el
de la farmacia dijo que iría bien, pero no he vuelto a ser la misma”
“Eres
una verdadera idiota,” le dije.
“Bueno,
si Albert no te deja tranquila, ahí está,” le dije.
“Querrás que se quede en casa, me supongo.”
SEÑORES
QUE NOS VAMOS QUE ES TARDE
SEÑORES
QUE NOS VAMOS QUE ES TARDE
Buenas
noches, Bill. Buenas noches, Lou. Adiós, George. Buenas noches.
Gracias
gracias. Buenas noches. Buenas noches.
Buenas
noches, señoras; buenas noches, queridas; buenas noches, buenas
noches.
EL SERMON DE FUEGO
Por el sesgado rayo de sol amonestada
y
los furtivos pasos de la nueva mañana,
parpadea
y bosteza Fresca, de blancos brazos,
excitada
por sueños de amor y dulces raptos.
Frenéticas
llamadas con eléctrico ritmo
pronto
traen a Amanda y rompen el hechizo;
con
basta mano y toscos movimientos plebeyos
descorre
la cortina junto al lacado lecho
y
deja una bandeja de brillo rutilante:
relajante
cacao o bien té estimulante.
Dejando
que se enfríe la espumosa bebida,
al
excusado Fresca con calma se encamina;
el
relato de Richardson, todo él tan patético,
mientras
completa la obra facilita el esfuerzo.
De
vuelta, entre las sábanas conscientes se repone
y
explora una página de Gibbon mientras come.
Sus
manos acarician la cúpula del huevo
llena
de ensoñaciones hasta que llega el correo,
las
cartas manuscritas devora de un vistazo
y
a contestar se entrega con avezada mano.
¿Qué
tal estás, querida? Yo me encuentro peor,
desde
cuando nos vimos en aquella función.
Ojalá
no haya nada que enturbie tu alegría
y
mejor que conmigo se comporte la vida.
Pues
anoche asistí -estaba desesperada-
a
la fiesta de Lady Kleinwurm. ¿Que quién estaba?
Oh,
le monde de esta Lady Kleinwurm, nadie importante.
Alguien
cantó, pero ella habla que habla, imparable.
¿Qué
estás leyendo ahora, algún librito nuevo?
Yo
uno de Giradoux, que tiene mucho ingenio.
El
ingenio lo es todo. Te tengo que contar,
mas
no sé cómo hacerlo; ya me comprenderás.
Cuándo
vamos a vernos, cuéntame con detalle
todo
sobre ti misma y tus nuevos amantes.
¿Cuándo
vas a París? Tengo que terminar;
es
la verdad, querida. Tu amiga más leal.
Después,
cuando termina va al baño de vapores
y
abanican su pelo los alados Amores;
fragancias
endulzadas por astutos franceses
disimulan
su intensa y femenina peste.
¡Fresca!
En otro lugar o tiempo habría sido
llorosa
Magdalena que aceptara su sino;
víctima
de pecados más que pecadora,
la
vaga y riente Jenny del bardo: ajada y rota.
(El
ansia sempiterna que la devora a ella
puede
hacerla una mártir o sólo una ramera);
doméstica
y prudente minina con reparos,
favorita
de otoño en un piso amueblado
o
vagabunda sucia cubierta de oropeles,
un
umbral en que cagan todos los perros siempre.
Para
formas variables, una definición:
un
apetito real, e irreal la emoción.
Mas
las intelectuales hoy se vuelven feúchas
y
pierden el instinto maternal de la puta.
Fresca
había nacido en el mar jabonoso
de
Symonds-Walter Pater-Vernon Lee, juntos todos.
Y
como consecuencia, la Venus Anadiómena
desembarcó
buscando variedad en la costa.
La
guió Lady Katzegg con su gran experiencia,
conoció
las riquezas y costumbres de tierra;
por
la fama y belleza de los teatros llenos
pasó
siendo el prodigio de nuestro pobre tiempo;
la
impronta de su mente dejó en lo más selecto.
Pero
F. también reina en ámbitos más nobles,
Minerva
rodeada de los púgiles lores.
A
Eneas en un sitio para él desconocido
se
apareció su madre con un rostro distinto,
y
conoció a la diosa por su porte divino.
Así
la muchedumbre apretada en el cine
reconoce
a una diosa o distingue a una estrella.
En
rapto silencioso de lejos la venera.
Así
el arte ennoblece riquezas y abolengo
y
la crianza al postrado arte eleva hasta el cielo.
A
los escandinavos nunca los comprendió,
los
rusos la chiflaban, transida de emoción.
De
un popurrí tan grande, de ese batiburrillo,
¿qué
sino la poesía podría haber salido?
Cuando
en la noche inquieta el sueño no le llega,
lo
mismo cuenta sílabas que solamente ovejas,
y
Fresca en esas noches en las que durme sola
garabatea
versos de una pena tan honda
que
los críticos dicen “posee una voz propia”.
No
madura del todo y menos una niña,
malcriada
por el hado y con halagos mentida,
Fresca
se ha convertido (las Musas lo dirán)
en
una como rara salonnière de cancán.
Pero
de vez en vez a mis espaldas oigo
el
traqueteo de los huesos y las risas del auditorio.
Una
rata se deslizó suavemente por la vegetación
arrastrando
su viscosa panza por la orilla
mientras
yo pescaba en el canal sombrío
una
tarde de invierno junto a la fábrica de gas,
y
meditaba sobre la ruina de mi hermano el rey
y
la muerte del rey, mi padre, antes que él.
Blancos
cuerpos desnudos sobre el húmedo y bajo suelo
y
huesos arrojados en una seca y baja buhardilla
traqueteaban año tras año movidos por la pata del roedor.
Pero
de vez en vez a mis espaldas oigo
el
sonido de los claxons y motores, que traerán
Sweeney
a Mrs. Porter en primavera.
Oh,
la luna brillaba sobre Mrs. Porter
y
sobre su hija
Se
lavan los pies en soda
Et
O ces voix dénfants, chantant dans la coupole!
Pío
pío pío pío pío pío pío
yuiit
yuiit
forzada tan rudamente
yu
Ciudad
irreal, yo he visto y veo
bajo
la niebla parda de tus mediodías de invierno
a
Mr. Eugenides, el mercader de Esmirna,
sin
afeitar, con el bolsillo lleno de pasas de Corinto
(c.i.f.
London: documents at sight),
aquel
que me invitó en un francés demótico
a
almorzar en el Hotel Canon Street,
y
tal vez a un fin de semana en el Metropole.
Pío pío pío
tac
tac tac tac tac tac
yuiit
oh
golondrina golondrina
yu
Londres, la vida enorme que engendras y asesinas
y
que apiñada bulle entre el cemento y el cielo,
a
la necesidad urgente receptiva
vibra
inconsciente a su destino expreso,
sin
saber cómo sentir ni saber lo que piensa,
vive
en las mutaciones del ojo observador.
¡Londres,
tus habitantes están atados a la rueda!
¡Gnomos
fantasmales que hurgan en ladrillo, acero, piedra!
Algunas
mentes que chocan al equilibrio corriente
(¡Londres,
tus habitantes están atados a la rueda!)
consignan
el ajetreo por la acera de estos juguetes,
¡y
trazan el criptograma que puede meterse en el tubo
en
el interior de estas percepciones balbucientes
del
ruido, el movimiento y las luces!
No aquí, Adamanteo, sino en otro mundo.
En
la hora violeta, la hora en que ojos, mano y
espalda
se
alzan del pupitre, el motor humano espera al fin
-como
un taxi vibrante que espera en la parada-
correr al placer a través del cuerno o de las puerta de
marfil.
Yo,
Tiresias, aunque ciego, vibrando entre dos vidas,
un
anciano con fláccidos y femeninos pechos,
veo
a la hora violeta, esa hora vespertina
que
pujando hacia casa trae al marino a puerto,
que
a la hora del té vuelve la mecanógrafa
a
su casa y recoge el veloz desayuno,
la
estufa enciende y pone en cacharros las sobras,
prepara una tostada y ordena su cuartucho.
Por
la ventana abajo cuelgan con gran riesgo
combinaciones
húmedas que el sol ya no calienta
y
en el diván, en pila (que es de noche su lecho),
hay
sucios camisones, y medias, y ballenas.
Un kimono brillante cubre, despatarrada,
su
sopor en la silla del ventanal abierto;
y
un elemento artístico pone la falsa estampa
del
lejano Japón, que ha comprado en el centro.
Yo,
Tiresias, un viejo ya de fláccidos pechos,
cuando
caté la escena, pude
pronosticarlo:
sabiendo las costumbres de estos bichos rastreros
yo
también aguardé al cercano invitado.
Un
chaval de veintiuno con granos en la cara:
un pazguato como él podemos haber visto
dar
vueltas sin propósito por calles o por plazas,
tantas
veces de día o de noche, es lo mismo.
Quizá
un oficinista de una empresa cualquiera
que
va de piso en piso mirando con descaro,
un
moscón de esos, a quien la chulería sienta
cual
sombrero de seda a un rico millonario.
Su
orgullo no lo inflama con devoción por lo último,
su
pelo está cubierto por brillantina y caspa,
y
tal vez al teatro lo aproxime su gusto,
mas
no se mezclará él jamás con la masa.
Este caballerete foruncular se queda
mirando
con desdén en “el café de Londres”;
y
le dirá a ella, sin darle trascendencia,
“Estuve
hoy con Nevison” para así echarse flores.
Mastica
con el mismo descaro persistente,
¡no
cabe duda alguna de que las vuelve locas!
Se
recuesta en la silla impertinentemente
y
echa las cenizas del cigarro en la alfombra.
El
momento es ahora adecuado, adivina:
acabó
la cena, y ella harta está ya y cansada;
se
esfuerza en atraerla a un juego de caricias
si
bien no reprendidas tampoco deseadas.
Colorado
y resuelto desarrolla el ataque,
exploradoras
manos que no hallan resistencia;
su
vanidad no exige respuesta favorable
y
da la bienvenida a tanta indiferencia.
(Cuanto
han representado en el diván o cama,
yo,
Tiresias, sufrí hace ya mucho tiempo,
yo
que me senté en Tebas al pie de su muralla
y
anduve entre los restos de los más viles muertos).
Al
final le concede, condescendiente, un beso
y
se va tanteando por la escalera lúgubre,
y al llegar a la esquina donde está el vertedero
se
detiene a orinar, y de camino escupe.
Ella
se vuelve y mira un poco en el espejo
y
es apenas consciente de que se fue su amante.
Puede
que se le ocurra un vago pensamiento:
“Bien,
se terminó, y estoy feliz de que acabase”.
Cuando
una mujer buena comete una locura
no
para de dar vueltas por su cuarto vacío,
con
mano maquinal el cabello se atusa
y
al gramófono va para poner un disco.
Esta
música se arrastró junto a mí por la aguas
a
lo largo del Strand y de Victoria Street
tras mis pies voladores, apagándose al fin
allí
donde la iglesia se dibuja en la noche
de
Michael Pasternak, su roja y blanca torre.
Oh,
City, City, yo he oído y oigo
el
agradable sonido de una mandolina
junto
a un pub en Lower Thames Street
y
la algarabía y el guirigay donde la empinan
a
la una los pescaderos, allí donde se alzaban
y
alzan los muros de Magnus Mártir, con su insólito
esplendor
corintio en blanco y oro.
El
río suda
petróleo
y alquitrán
las
barcazas se deslizan
con
la cambiante marea
amplias
velas rojizas
a
sotavento
balanceándose
van
en
el pesado palo y se arrastran
como
troncos que se deslizan
más
allá de Greenwich
y
la Isla de los Perros.
Weialala leia
Wallala
Elizabeth
y Leicester.
Remos
que baten.
La
popa estaba formada
un
casco dorado
rojo
y oro.
El
fuerte oleaje
rizaba
ambas orillas
viento
de suroeste
corriendo
abajo
repique
de campanas.
Torres
blancas.
Weialala leia
Wallala leialala
“Árboles
polvorientos y tranvías.
Highbury
me engendró. Richmond y Kew
me
deshicieron. Junto a Richmond alcé mis rodillas
en
el suelo de una frágil canoa hacia el sur”.
“Mis
pies están en Moorgate, y mi corazón
bajo
mis pies. Cuando acabó todo esto
lloró.
Prometió “empezar de nuevo”.
No
comenté nada: no le guardaba rencor.
MUERTE
POR AGUA
El marino, atento a la carta de navegación o a las sábanas,
una
continuada voluntad contra la tempestad y la marea,
retiene,
incluso en tierra, en los bares o plazas,
algo
inhumano, puro y con grandeza.
Incluso
el rufián borracho que desciende
ilícitas
escaleras de callejas
y
luego para regocijo de sus amigos sobrios vuelve
tambaleándose
o cojeando con cómica gonorrea,
a
causa de su trato con viento, mar y nieve
desea,
como todos ellos, “habiendo visto y padecido mucho”,
estar
-necio, impersonal, alegre o inocente-
afeitado,
peinado, perfumado y pulcro.
* * * *
Un
aire de añil, una ligera brisa,
a
todo trapo, y las ocho velas henchidas.
Pasamos
el cabo y pusimos rumbo
de
Dry Salvages a la banda de oriente.
Una
marsopa roncó sobre el fosforescente oleaje,
un
tritón tocó la campana final de advertencia
a
popa, y la mar se balanceaba dormida.
Tres
nudos, cuatro nudos, al alba; a las ocho
y
hasta la guardia matutina cesó el viento;
a
partir de ahí todo fue mal,
se
abrió un tonel de agua y olía a aceite,
otro
salobre. Después las mordazas de la cangreja
se
trabaron. Un mástil se rajó sin remedio, vendido
-y
así costó- como pino noruego. Jimelgado.
Y
luego el pantoque empezó a hacer agua.
Las
judías de lata eran sólo una pútrida peste.
Dos
bajaron con bubas; uno se cortó la mano.
La
tripulación empezó a murmurar; cuando los de una guardia
fueron
tarde a cenar se excusaron,
extenuados,
así: “¡Comer!”, dijeron,
“no
es la comida lo que hay que tragar,
que
cuando le has sacao los gorgojos
a
todas las galletas no da tiempo de comer.”
Así
de perniciosa era esta raza huraña e insumisa.
También
protestaban del buque. “Ir a barlovento,”
dijo
uno que tenía influencia sobre los demás,
“veré
a un muerto en su caja de hierro
remar
de aquí al infierno con una palanca
antes
de que este barco gane barlovento.”
Así
se quejaba la tripulación, con muchas voces
la
mar se quejaba en torno, bajo la lluviosa luna,
mientras
el suspenso invierno jalaba y remolcaba
agitando
el mal tiempo bajo el Híades.
Por
fin llegó el pescado, los mares del norte
nunca
habían visto correr tan bien al bacalao.
Los
hombres tiraban de las redes, y reían, y pensaban
en
la patria y en los dólares, y en el dulce violín
en
el garito de Marm Brown, y en las chicas al fin.
Yo
no reía.
Pues una
ráfaga desconocida
nos
escoró. Y refrescó hasta que se levantó un vendaval.
Perdimos
dos botes. Y otra noche
nos
sorprendió viento a popa perdida la guaira
yendo
al norte, bajo astros invisibles saltando.
Y
cuando el vigía ya no pudo oír
más
allá del rugido de las olas
la
nota más aguda de cachones contra escollos
supimos
que habíamos pasado las más remotas islas del norte,
así
que nadie volvió a hablar. Comimos dormimos bebimos
café
caliente, expectantes, y nadie osó
mirar
a la cara a otro, o hablar
ante
el horror de un infinito aullido:
de
todo un mundo en derredor. Una noche,
de
guardia, creí ver en las crucetas de proa
a
tres mujeres inclinadas -su pelo blanco
flotando
bajo ellas- que por encima del viento entonaban
un
canto que hechizó mis sentidos, atemorizado
más
allá del temor, horrorizado más allá del horror, tranquilo.
Nada
era real, pues -pensaba- cuando
yo
quisiese, podía despertar y acabaría el sueño.
Algo
que sabíamos debía ser una aurora
-una
oscuridad distinta- se derramó sobre las nubes,
y
justo enfrente vimos, donde cielo y tierra se tocan
una
línea, una línea blanca, una larga línea blanca,
un
muro, una barrera a la que nos dirigíamos.
Dios
mío, uf, hay osos allí.
Ni
una oportunidad.
Ay, mi casa; ay mi madre.
Dónde
hay una coctelera, Ben, aquí hay hielo en cantidad.
Y
si otro lo sabe, yo sé que lo ignoro
sólo
sé que ahora ya no se oye más ruido.
Flebas
el fenicio, fallecido hace semanas
olvidó
el chillar de las gaviotas y la marejada
y
el beneficio y la pérdida.
Una corriente
submarina
recogió
sus huesos susurrando. Alzándose y cayendo
atravesó
su madurez y juventud
entrando
en el remolino.
Judío o gentil,
oh
tú que llevas el timón y miras a barlovento,
piensa
en Flebas, que fue tan alto como tú, y tan apuesto.
LO
QUE DIJO EL TRUENO
Tras
el rojo de antorchas en rostros sudorosos,
tras
el silencio de escarcha en los jardines,
tras
la agonía en lugares pedregosos,
el
clamor y el llanto,
prisión
y palacio y reverberación
de
trueno de primavera en lejanas montañas;
quien
vivía está ahora muerto,
quienes
vivíamos ahora morimos
con
un poco de paciencia
Aquí
no hay agua sino sólo roca
roca
y nada de agua y la arenosa senda
la
senda que serpea entre los montes
que
son montes de roca sin agua
si
hubiese agua nos pararíamoa a beber
en
medio de la roca uno no se puede parar ni pensar
el
sudor es seco y los pies se hunden en la arena
si
hubiese al menos agua entre la roca
boca
cariada de una montaña muerta que no puede escupir
aquí
uno no puede estar de pie tenderse ni sentarse
ni
siquiera hay silencio en la montaña
sino
trueno estéril seco y sin lluvia
ni
siquiera hay soledad en las montañas
sino
rostros colorados y hoscos que sonríen con desprecio y gruñen
en
las puertas de casas de agrietado adobe
Si
hubiese agua
y
no roca
si
hubiese roca
y
también agua
y
agua
un
manantial
una
charca entre la roca
si
hubiese el ruido del agua solamente
no
la chicharra
y
la hierba seca cantando
sino
el ruido del agua sobre una roca
donde
canta el zorzal ermitaño en el pinar
gluglú
gluglú gluglú glú glú glú
pero
no hay agua
¿Quién
es el tercero que siempre va a tu lado?
Cuando
cuento, sólo estamos juntos tú y yo
pero
cuando miro camino blanco adelante
siempre
hay otro que camina a tu lado
deslizándose
envuelto en un manto marrón, con capucha
No
sé si es hombre o mujer
-¿Pero
quién es ese que está a tu otro lado?
Qué
es ese sonido alto en el aire
murmullo
de lamento maternal
quiénes
son esas hordas encapuchadas que irrumpen
sobre
interminables llanuras y tropiezan en la tierra agrietada
Circundado
por el plano horizonte sólo
qué
es la ciudad que está sobre los montes
grietas
y reformas y estallidos en el aire violeta
torres
que caen
Jerusalén
Atenas Alejandría
Viena
Londres
irreales
Ganga
estaba hundido, y las hojas mustias
aguardaban
la lluvia,
mientras
las negras nubes
se
apiñaban en la distancia, sobre Himavent.
La
selva se acurrucó, se encorvó en silencio.
Entonces
habló el trueno
DA
Datta: ¿qué hemos dado?
Amigo,
sangre que sacudes mi corazón,
la
horrible osadía de rendirse un momento
de
la que una edad de prudencia retractarse no puede
por
esto, y sólo esto, hemos existido,
algo
que no se hallará en nuestras necrológicas
o
en recuerdos tapizados por la benéfica araña
o
bajo sellos rotos por el enjuto abogado
en
nuestras habitaciones vacías.
DA
Dayadhvam: he oído girar la llave
en
la puerta una vez y sólo una
Pensamos
en la llave, cada uno en su prisión
pensando
en la llave, cada uno confirma una prisión
sólo
al anochecer, rumores etéreos
reviven
por un momento a un Coriolano muerto.
DA
Damyata: la barca respondió
con
alegría, a la mano diestra en la vela y el remo
la
mar fue calma, tu corazón hubiera querido responder
con
alegría, al invitarlo, latiendo obediente
bajo
las manos que lo controlaban.
Me senté
en la playa
pescando,
con la árida planicie trás de mí
¿Pondré
al menos en orden mis tierras?
El
puente de Londres se desmorona, se desmorona, se desmorona
Poi
s'ascose nel fuoco che gli affina
quando
fiam ceu chelidon; oh golondrina golondrina
Le
Prince d’Aquitaine de la tour abolie
He
apuntalado estos fragmentos contra mis ruinas
pues
bien os daré lo vuestro. Jerónimo torna a estar loco
Datta. Dayadhvam. Damyata.
Shantih
Shantih Shantih
LA MUERTE DE SAN
NARCISO
Ven
bajo la sombra de esta roca gris
entra
bajo la sombra de esta roca gris
y
una sombra te mostraré diferente de
tu
sombra que se tumba sobre la arena al alba, o
tu
sombra que salta tras el fuego ante la roca roja;
te
mostraré su paño ensangrentado y sus miembros
y
la sombra gris de sus labios.
Una
vez caminó entre el mar y los acantilados
donde
el viento le hizo darse cuenta de sus piernas que
con
facilidad se adelantaban mutuamente
y
de sus brazos cruzados sobre el pecho.
Cuando
caminaba por los prados
se
sofocaba y lo serenaba su propio ritmo.
Junto
al río
sus
ojos tuvieron conciencia del rabillo puntiagudo de sus ojos
y
sus manos tuvieron conciencia de las yemas de sus dedos.
Fulminado
por tal conocimiento
no
pudo vivir como hacen los hombres, sino que se hizo bailarín de Dios.
Si
caminaba por calles de ciudades
parecía
andar sobre rostros, compulsos muslos, rodillas.
De
forma que marchó a vivir bajo la roca.
Primero
estuvo seguro de que había sido un árbol
que
entrelazaba sus ramas
que
enredaba sus raíces.
Después
supo que había sido un pez
de
vientre blanco y escurridizo que cogían sus propios dedos
que
se retorcía en su propio asimiento, su antigua belleza
aferrada
por las rosadas yemas de su nueva belleza
Después
había sido una chiquilla
cogida
en el bosque por un viejo borracho
que
al final conocía el sabor de la blancura de ella
el
horror de su propia suavidad
y
caía borracho y viejo
Así
que se hizo bailarín de Dios.
Porque
su carne estaba enamorada de las flechas de fuego
bailó
sobre la arena caliente
hasta
que vinieron las flechas.
Mientras
las abrazaba, su piel blanca se rendía a la rojez de la sangre y le satisfacía.
Ahora
está verde, seco y manchado
con
la sombra de su boca.
EXEQUIAS
Acudirán
amantes porfiados
(con
el tiempo) a mi fuente en las afueras
a
peregrinar, cuando me convierta
en
una deidad de amor del lugar,
y
piadosos juramentos y salmos
en
mi bosque sagrado flotarán
suspensos
en aquel aire italiano.
Cuando
al mármol de mi atlética edad
por
siempre ágil, de eterna juventud,
le
cuelguen guirnaldas de gratitud
y
flores de doncellas desfloradas,
me
calentará la llama cordial,
una
sombra entre las sombras -ya nada-
que
no hace el bien; tampoco mucho mal.
Mientras
la fuente melodiosa cae
(esculpida
por el boloñés diestro),
bajo
árboles, por pares, los adeptos
a
oblaciones devotas se entregan.
Luego
terminan las festividades
con
la misma e invariable sorpresa
de
fuegos artificiales o valses.
Mas,
si de un ser más violento o profundo,
un
alma desdeñosa o desdeñada,
la
sombra de su belleza manchada
de
los colores del año marchito,
aquí
viene, y se autoinmola en el Túmulo
en
plena crisis ya, se oirá el sonido
de
una risita sorda en el sepulcro.
Sovegna
vos a temps de ma dolor.
Consiros
vei la passada folor.
LA
MUERTE DE LA DUQUESA
I
Los
habitantes de Hampstead tienen sombreros de seda
el
domingo por la tarde salen a tomar té
el
sábado toca tenis sobre hierba, y té
el
lunes a la City, y luego té
Saben
qué deben sentir y qué pensar
la
tinta de la prensa matutina lo dirá
tienen
otro domingo cuando se acaba el último
saben
qué pensar y qué sentir
los
habitantes de Hampstead giran en la rueda sin fin.
¿Pero
qué hay para ti y para mí
para
mí y para ti
qué
hay que nosotros podamos hacer?
¿Dónde
se unen las hojas en la frondosa Marylebone?
No
hay nada nuevo en Hampstead
y
por la tarde, a través de los visillos, la aspidistra se aflige
II
Por
la tarde la gente se echa sobre la barandilla del puente
como
cebollas bajo el alero
en
la glorieta unos se apoyan en otros, como espigas
o
caminan como dedos sobre una mesa
ojos
de perro extendiéndose sobre la mesa
hay
en sus cabezas cuando miran fijamente
suponiendo
que tienen cabezas de pajaritos
en
vez de palabras picos
Me
gustaría estar en una multitud de picos sin palabras
pero
es terrible estar a solas con otra persona.
Deberíamos
tener suelos de mármol
y
lumbre en tu melena
no
habrá un correr de pasos por la escalera
los
que se apoyan en otros en la glorieta
comentan
las noticias de la tarde, sus cosas de bandadas
esta
noche mis pensamientos tiene cola, mas no alas
penden
en racimos de la araña
o
caen uno a uno sobre el suelo.
Bajo
el cepillo su pelo
desparramado
en puntas encendidas de deseo
en
palabras brillaba, después se quedó mudo
“Tienes motivo para amarme, te introduje en
mi corazón
antes
de que por fin te dignases a pedir la llave.”
Vuelta
de espaldas, sus brazos estaban desnudos
preparada
para una pregunta, sus manos tras el pelo
y
la luz del hogar brillaba donde se tensaba el músculo.
Mis
pensaminetos en un manojo enmarañado sin pies ni cabeza
uno
de repente se liberó, cayó al suelo
uno
que conocía
“Es
otra vez momento de alcanzar la puerta.”
Cruzó
la alfombra y expiró en el suelo
Y
si dije “te quiero”, ¿deberíamos respirar
oír
música, ir de cacería, como antes?
¿relajar
las manos y que el cepillo avance?
¡Qué
terrible esto sería igualmente!
Por
la mañana, cuando llamasen a la puerta
deberíamos
decir: esto y aquello es lo que necesitamos
y
si llueve, el carruaje cubierto a las cuatro.
Deberíamos
jugar una partida de ajedrez
las
figuras de marfil nos hacen compañía
deberíamos
jugar una partida de ajedrez
apretando
los ojos sin párpados y aguardando un golpe en la puerta
Es
otra vez momento de alcanzar la puerta
“Cuando
me haga vieja haré que todos en la corte
se
empolven el pelo con paños de Arrás, para que sean como yo.
Pero
sé que me quieres, tienes que quererme.”
Entonces
imagino que la hallaron
mientras
se daba la vuelta
para
interrogar al silencio fijo tras de ella
Soy
administrador de sus rentas
pero
yo sé, y sé que ella sabía...
Tras
el pasar de los días inspirados
tras
las súplicas el silencio y el llanto
y
el fin inevitable de tantísimas cosas
y
la vigilia helada en jardines marchitos
tras
la vida y la muerte de lugares aislados
tras
los jueces y abogados y carceleros
y
el rojo de antorchas en rostros sudorosos
tras
el pasar de las noches inspiradas
y
las temblonas lanzas y el parpadeo de las luces
tras
los vivos y los que agonizaban
Tras
el pasar de esta inspiración
y
las antorchas y los rostros y los gritos
el
mundo parecía futil: como una excursión dominguera.
Y
a través de la tarde, del aire violeta,
una
meditación torturada me condujo
palabras
concatenadas en un absurdo
(cuando
llega al dormido o al despierto
el
haced-esto-por-mí-os-ruego)
cuando
a las casas sombrías y calcinadas y a los árboles
una
palabra esencial que liberase
la
inspiración que expede y expresa
este
arrugado camino que gira, duda y serpea:
oh,
a través del cielo violeta y el aire de la tarde
una
cadena de razonamientos que ha perdido el hilo
reunió
extrañas imágenes que recorrimos:
una
mujer tiraba de su largo pelo
y
tocaba una música rumorosa en esas cuerdas
los
murciélagos estridentes en el aire violeta
vibraban
gimiendo y batiendo sus alas.
A
un hombre deforme por alguna tara mental
aunque
con poderes anormales
lo
vi arrastrarse boca abajo por un muro
y
torres del revés había en el aire
que
tocaban campanas de rememoranza
cantos
que de cisternas y pozos brotaban.
Mis
impulsos febriles alcanzaron su extremo
a
uno tendido boca arriba le oí gritar
“Parece
que llevo muerto mucho tiempo:
no
informen de mí al mundo oficial
Ha
visto extrañas revoluciones: déjenme en paz.”
Yo
soy la Resurrección y la Vida,
soy
lo que permanece y lo que fluye.
Soy
el marido y su esposa,
la
daga del sacrificio y la víctima.
Yo
soy el fuego; también la mantequilla.
ELEGÍA
Nuestros
rezos despiden la sombra que se marcha
y
musitan el hipócrita amén.
La
agraviada Aspativa volvió
con
guirnaldas de alado ciclamen.
Que
rotundamente debería haber lamentado
la
ruina de una cabeza tan querida.
No
era por sueños: un sueño restaura
a los muertos que siempre nos dan grima.
¡El
sudor transpiraba por mis poros!
Vi
las puertas sepulcrales, expeditas,
revelar
(como en un cuento de Poe)
los
rasgos de la novia herida.
Esa
mano profética y lenta
cálida
ayer, ayer hermosa, tan sagrada,
desgarró
el desordenado sudario.
En
torno a su cabeza los escorpiones silbaban.
Liberado
el remordimiento, una intensa pena
se
había esforzado por expiar la culpa.
Mas
no envenenéis mi presente dicha
y
quedaos dentro de vuestra sepultura.
. Dios,
en una bola de fuego rodante
persigue
a mis errantes pies de día;
sus
llamas de ira y de deseo
con
fuego devorador se me aproximan.
ENDECHA
A
cinco brazas tu Bleistein yace
bajo
las rayas y los chocos
la
Enfermedad de Graves en los ojos de un judío inane
donde
los cangrejos han comido los ojos.
Más
bajo de lo que bucean las ratas de los muelles
aunque
sufra una mutación océanica
quieto,
raro, rico y estrambótico.
Esto
es encaje que fue su nariz
ved
yace sobre su espalda
(los
huesos se asoman, calzados de algas)
con
una mirada de sorpresa gris
lo
mecen reflujo y pleamar
de
un lado a otro con suavidad
Ved
los labios abrirse poco a poco
desde
los dientes, oro en oro.
Las
langostas cambian a cada hora su vigilia.
¡Callad!
Ahora las oigo: pican pican pican
CANCION.
PARA EL OFERION
El
pie dorado que no sé si besaré o rozaré
refulgía
a la sombra de la cama
No
llegará a mucho, tal vez,
esta
idea, este péndulo en la cabeza, este fantasma
que
oscila de lo vivo a lo muerto
y
sangra entre dos vidas
aguardando
un roce un aliento
Se
levantó viento y quebró las campanas.
¿Es
un tambor o qué es lo que pasa
cuando
la superficie del río ennegrecido
es
un rostro que suda con lágrimas?
Vi
a través del lúgubre río
que
las fogatas hacían temblar a las lanzas
aguardando
ese roce
Treinta
años ya pasan.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)